«El VIH tocó las puertas de mi hogar en el año 1997 sin darme cuenta. Era inconcebible que yo, siendo ama de casa, tuviera eso. Las discriminaciones no sólo las tenía por portar el virus, sino también por ser madre soltera. Mi esposo murió por el VIH. Lo que menos quería era dar la cara. Conocí un grupo que también tenía la enfermedad, nos reuníamos en secreto, nadie podía darse cuenta porque había mucha discriminación.»

Mis vecinos se cruzaban la acera cuando me veían, es que cuando decidí hacerme pública fue un gran paso y un gran reto, no sabía cuáles iban a ser las reacciones. En los hospitales, los doctores se ponían guantes y mascarillas porque creían que por el contacto se pasaba el VIH. Mis amigos me abandonaron. Mi familia me apoyó, no me abandonó. El VIH sida no te mata en un ciento por ciento, lo que te mata es la discriminación y el rechazo de las personas. No me aparté de mis hijos, lo primero que hice fue buscar la manera de llevar bien mi vida con ellos.
Decidí comenzar con una nueva pareja, él es negativo, no tiene el VIH, y decidimos tener un bebé. Ya tenía cono- cimiento que era un riesgo, pero existe el derecho de ser madre. Mi cuido prenatal no faltó, programé la cesárea y no le di el pecho, sino una leche sustituta.

Cada tres meses se le hace el examen al bebé, fue un gran alivio que mi hija no tenga VIH y fue la oportunidad de decirle al Ministerio de Salud que garantice las pruebas tempranas del VIH y que tenga el acceso oportuno para que los niños no nazcan con la enfermedad.

¿Mi mayor sueño? La vida es lo que hagamos de ella. La oportunidad de ver a mis hijos crecer es mi mayor sueño.